Plaza de Mayo, 18 de junio de 2025. El aire olía a invierno, pero la Plaza hervía. Un millón de cuerpos, banderas, bombos y gargantas volvieron a ocupar el corazón simbólico del peronismo. No estaban allí por una elección, ni por una victoria. Estaban por una condena. O mejor dicho, por una mujer: Cristina Fernández de Kirchner, detenida en su casa de San José 1111, pero más presente que nunca en la imaginación de su pueblo. La Plaza, como un músculo entumecido, volvió a moverse. Y con ella, volvió el canto: «Vamos a volver».
Cristina, desde el encierro de su arresto domiciliario, respondió con la claridad de quien sabe que su figura excede cualquier grillete electrónico. “Pueden encerrarme a mí, pero no van a poder encerrar al pueblo argentino”, dijo en un mensaje grabado. Y luego, en una comunicación telefónica en vivo, apeló a la historia con la calma de quien conoce su papel: “la razón nuestra es la razón de los pueblos que se niegan a ser arrasados”.
La jornada tuvo la forma de una ceremonia colectiva. Como aquel 9 de diciembre de 2015, cuando CFK se despidió de la presidencia ante una plaza abarrotada, este 18J fue una postal del amor político más visceral. Esta vez, sin embargo, la despedida era forzada. La Corte Suprema, con su fallo, la había proscripto y sentenciado. Pero lo que debía ser un acto de clausura, se convirtió en un acto fundacional.
Presencias visibles, ausencias ruidosas
El despliegue fue potente. La Cámpora irrumpió como columna vertebral. Axel Kicillof, con su séquito bonaerense, pisó fuerte junto a Espinoza, Magario y Secco. Sergio Massa, con sus micros bien contabilizados —46 del interior, 270 del conurbano— se mostró sin estridencias pero con estrategia. También estuvieron sindicatos como ATE, UOM, La Bancaria y las CTAs, aunque la CGT —la histórica, la oficial— brilló por su silencio. Apenas unas pocas filiales. Tampoco muchos gobernadores.
Cristina no mencionó las causas judiciales. No mencionó a Lázaro Báez ni el desvío de fondos. Habló del “verdadero problema del país”: un modelo económico de concentración. Habló con ironía sobre la tobillera electrónica y la prohibición de regar las plantas del balcón. Habló como quien asume que ya no peleará por volver, pero sí por guiar. Y el pueblo la escuchó con los ojos húmedos, mirando al cielo como si de allí brotara su voz.
Máximo Kirchner, con perfil bajo, mencionó su disponibilidad para lo que venga. Pero dejó claro que no está solo. “Tenemos compañeros y compañeras que pueden llevar adelante esa misma candidatura igual o mejor que uno”, dijo. En su figura, el legado busca continuidad sin imposición.
Entre la liturgia y el grito social
El peronismo, como siempre, se expresó con cuerpo. Con los pies, incluso. Durante la desconcentración, decenas de jóvenes metieron sus patas en la fuente, como en 1945. Esta vez al ritmo de Lali Espósito. “La resistencia también es alegría”, dijo Ana, 20 años, desde La Plata. Catalina, su amiga, fue más directa: “Si Cristina está fuerte, nosotros también”.
La marcha no fue sólo kirchnerista. Estuvieron organismos de derechos humanos, el Frente de Izquierda, agrupaciones sindicales y el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, quien acusó al gobierno de Milei de querer “convertirnos en una factoría colonial de Estados Unidos e Israel”.
Pero si algo quedó en evidencia fueron las fisuras internas. De 98 diputados justicialistas, solo 31 estuvieron. De 34 senadores, 20. Y los gobernadores —con la excepción de Ricardo Quintela— prefirieron el silencio. La unidad del acto fue más emocional que estructural. Más militante que institucional.
Una advertencia y la disputa por el significado de “libertad”.
Detrás de la euforia, la advertencia: “La injusticia se transforma en bronca, y si hay bronca esto va a ser incontrolable”, dijo Anabel Fernández Sagasti. La frase, lanzada como una bengala, resume el estado de ánimo de una parte del país que se siente perseguida. El mensaje es claro: Cristina puede estar presa, pero el peronismo está suelto.
El gobierno de La Libertad Avanza desplegó su protocolo: micros requisados, militantes demorados, perímetros dobles de seguridad. La Casa Rosada, como en los viejos tiempos, se blindó. Pero las multitudes pasaron igual.
En el aire flotaba una disputa simbólica. La palabra “libertad”, hasta ayer monopolio semántico del mileísmo, se configuró en pancartas peronistas. La libertad como justicia social. La libertad como acceso a comida, salud y dignidad. “Cristina libre” no fue solo un reclamo, sino una contraofensiva discursiva.
El 18J no resolvió nada. Cristina sigue presa. El PJ sigue dividido. Milei sigue gobernando. Pero algo se mueve. Como un magma que no se ve, pero se siente. Algo se activó en la Plaza de Mayo que los números, los cargos y las encuestas no pueden medir. El peronismo, con todas sus contradicciones, late.
Y como en los viejos tangos, cuando un pueblo se niega a olvidar, el tiempo no es derrota. Es espera.