Mendoza Diario

Cuando la política se aleja de la gente: clientelismo, egos y disputas en la cúpula libertaria mendocina.

El escándalo entre la vicegobernadora Hebe Casado y el presidente de La Libertad Avanza Mendoza, Facundo Correa Llano, deja en evidencia cómo las internas partidarias se anteponen a las necesidades reales de la ciudadanía. Entre bolsones de comida y acusaciones cruzadas, se esfuma la promesa de una nueva política.

Mientras miles de mendocinos enfrentan una crisis económica sin precedentes, con precios que suben todos los días y servicios públicos en deterioro, una parte de la dirigencia provincial parece más concentrada en marcar territorio dentro de sus estructuras partidarias que en gobernar con responsabilidad y cercanía.

La escena más reciente de esta novela política se dio en Guaymallén, donde un acto encabezado por la vicegobernadora Hebe Casado terminó convertido en el epicentro de una batalla interna dentro de La Libertad Avanza (LLA). Acompañada por referentes ajenos al partido, Casado organizó un evento que, lejos de mostrar el “renovado aire libertario”, fue denunciado por prácticas de clientelismo clásico: bolsones de comida, transporte organizado para los asistentes, y personas que ni sabían bien por qué estaban allí.

Mientras tanto, Facundo Correa Llano —diputado nacional y presidente de LLA Mendoza— intentó despegarse de la escena con un comunicado tajante: “Nuestro espacio crece por convicción, no por clientelismo”. Pero el gesto, más que un acto de ética política, se pareció a un salvavidas lanzado a último momento para no quedar atrapado en un pantano que, por lo visto, ya huele a lo peor de la vieja política.

Viejas mañas, nuevos slogans

El supuesto desembarco de Casado en La Libertad Avanza prometía ser un giro audaz hacia un espacio que se autopercibe como la “nueva política”. Sin embargo, en pocos días quedó demostrado que el libreto no cambió: operaciones mediáticas, personalismos, desconfianzas internas, gestos de poder y, lo más preocupante, un uso de la vulnerabilidad social como herramienta política.

Quien debía representar un puente entre la ciudadanía y el poder provincial, aparece hoy como protagonista de un show de vanidades. A su vez, Correa Llano, que debería haber dado un paso al frente con liderazgo claro, eligió el silencio, el distanciamiento formal, y la réplica de manual partidario: abrir nuevas sedes, subir fotos con militantes y no responder preguntas incómodas.

¿Dónde quedó el debate sobre los verdaderos problemas de Mendoza? ¿Cuándo fue la última vez que ambos dirigentes protagonizaron una mesa con trabajadores de la salud, docentes o pequeños empresarios? En medio de la pelea por sellos, cargos y posicionamientos, la política parece haberse transformado en un club cerrado de intereses cruzados.

El mito de la “batalla cultural”

Casado intentó desviar la atención con el ya desgastado argumento de la “batalla cultural” que pide el Presidente Milei. Pero la contradicción es flagrante: mientras proclama meritocracia y valores, la puesta en escena de su acto contradice cada palabra. El mérito no se compra con bolsones. El valor no se mide en likes de Milei.

Además, en lugar de responder con propuestas a las críticas, eligió victimizarse: “Pasé a ser la persona más odiada de la política mendocina”. Un planteo que parece olvidar que las responsabilidades públicas no son competencias de popularidad, sino de coherencia y rendición de cuentas. Gobernar no es resistir, es construir.

Una dirigencia ensimismada

Lo que más debería preocuparnos no es si Casado se afilia o no a LLA, ni si Correa Llano abre una sede más. Lo verdaderamente grave es el desprecio sistemático por el ciudadano de a pie. En Mendoza hay familias sin acceso al agua potable en el Este, hay hospitales con turnos de meses y hay rutas provinciales que son verdaderas trampas mortales. Pero los líderes que deberían estar gestionando estos problemas prefieren enfrentarse por protagonismos internos y operaciones cruzadas.

Este episodio debería ser un punto de inflexión. Si la “nueva política” sólo trae nuevas caras para las mismas prácticas de siempre, el desencanto social seguirá creciendo. Y cuando eso sucede, el riesgo no es solo el deterioro de la institucionalidad, sino el colapso de la confianza democrática.

Guaymallén fue solo el escenario, pero el verdadero daño es simbólico: una ciudadanía que observa cómo quienes dicen defenderla se alejan cada vez más. La política mendocina necesita un baño de realidad urgente. Menos shows, menos egos y más vocación de servicio. De lo contrario, seguirán gritando “libertad” mientras la gente sigue esperando justicia, respeto y futuro.

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