Mendoza Diario

Persiguiendo al Dragón, un libro de Natalio Ahualli en Mendoza

Hace apenas unas semanas, en una cervecería en Mendoza, un lugar a pocos kilómetros del Aconcagua, se presentó el libro de un escritor local. Cervezas y música, se leyeron algunos párrafos y se vendieron ejemplares. Natalio Ahualli tiene 28 años, aunque la barba lo envejece, y escribe como todos los escritores sinceramente nuevos: con ideas jóvenes. 

La necesidad de la difusión de los autores no corresponde a un hecho de justicia social, de equidad distributiva. Roberto Bolaño decía algo como que prefería a los escritores jóvenes por sobre los experimentados en los concursos literarios, porque en ellos no habitaba la presión que regía a los viejos, y en sus textos, aún teniendo diversidad en su calidad, había elementos más divertidos, ideas nuevas, interesantes. 

Este libro es la expresión de que la difusión de novedades literarias sirve para refrescar la literatura, su forma fragmentaria de cuentos y poemas, mezclas de relatos que oscilan entre lo fantástico, la ciencia ficción y la crítica social, tienen elementos que le dan un valor genuino y original. Es un tipo de producción literaria que ejerce presión sobre el recuerdo de que no hay libros de poemas, o de cuentos, o novelas, lugares rígidos. Y que además se puede hacer sin convertir la obra en un pasticho. 

Los textos de Ahualli parten, en general, de sitios cotidianos que disparan sus bocetos en el plano de la imaginación, de la creatividad. En épocas de literatura comercial, esclava y sometida, estos libros constituyen una novedad. 

Hay que festejar la creatividad, el aire fresco que alimenta las letras, porque estos textos nos dejan un tipo de literatura que no es lineal, sino que nos regala, estampas de momentos y maquinaciones.

¡(Big) Bang!

En el Principio, sólo estaba ese Ser.

Aquella entidad cósmica fue Todo y Nada, solo eso, la inmensidad, y a la vez, la eterna soledad; porque, bueno, no había mucho que digamos, era algo así como un monoambiente recién alquilado.

Como era de esperarse, solitarie y todo, con la eternidad a cuestas, se deprimió. Ahí, sin nadie como testigo, fue a sentarse al borde del Vacío, contempló su existencia un rato, y sin más preámbulos, un tiro se pegó.


Ocho de marzo de 1999.

A las 17 horas y pico, un hombre, creyendo estar solo, se sienta a tomar un helado con su fantasma personal. Pide uno de pistacho, chocolate y maracuyá al empleado que trabaja en la Heladería Chini, de Avenida Las Heras. El hombre no aguanta más y rompe el silencio, interroga al cielo y a sus dioses. ¿Debería preguntar a Rita? De improviso el servilletero se eleva para luego caer con fuerza en un golpe seco y estruendoso. ¿Eso es un “sí”? se pregunta el sujeto. Nuevamente el servilletero repite el fenómeno gravitacional. Está decidido, ahora mismo lo hará.

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