La política mendocina atraviesa un momento de introspección forzada, aunque no necesariamente reflexiva. Mientras la vida cotidiana de la ciudadanía se ve sacudida por la recesión y el retiro del Estado en sectores delicados como la discapacidad, las principales fuerzas políticas aparecen preocupadas por sus propias disputas internas. Lo cual ofrece a la ciudadanía un show, que mezcla dramatismo, actuaciones forzadas y sobre todo vulgaridad, terror y espanto.
El pacto parece ser no hablarle a la “gente”. Lógicamente primero hay que tener que decir, segundo hay que decidir hacerlo. En lugar de buscar un feedback con la sociedad, los dirigentes se enredan en intrigas y cálculos de aparato.
Al menos esta impresión dejan los recientes congresos partidarios, que se desarrollaron bajo la lógica del encierro y el recelo. Más que ámbitos de deliberación de orientaciones, tácticas y estrategias frente a la delicada situación, se revelaron como trincheras de una guerra intestina.
Congresos formales
Durante el último fin de semana se desarrollaron distintos congresos partidarios, el denominador común fue la evidencia de divisiones y la ausencia de resoluciones que atiendan al interés general de la ciudadanía.
En la Unión Cívica Radical, el congreso extraordinario dejó en evidencia la fisura entre el oficialismo de Alfredo Cornejo y el sector que encabeza el ministro de Defensa, Luis Petri. La ausencia total de este último y de sus delegados no fue un simple desacuerdo táctico: fue un portazo en cámara lenta que desnuda una interna cada vez más difícil de recomponer.
Mientras Cornejo ratificó su control del partido con una narrativa de institucionalidad y legitimidad congresal, el petriismo denunció una exclusión calculada y una maniobra de clausura del debate. “Nos quieren llevar de las narices a un Congreso que no representa a todos los votantes de Cambia Mendoza”, advirtieron desde su espacio. El conflicto ya no gira únicamente sobre cómo se define una lista, sino sobre qué representación política es posible en una UCR que ha sido columna vertebral del gobierno provincial por más de una década.
El reciente congreso del PJ mostró que las heridas no sólo no han cicatrizado, sino que se siguen abriendo. Las principales corrientes -el sector de Emir Félix, el de Anabel Fernández Sagasti, el ciurquismo y la CGT con los movimientos sociales – se observan con una mezcla de sospecha y desdén. Cada movimiento táctico se percibe como una maniobra para imponer condiciones antes que como un paso hacia la síntesis.
Emir Félix, con mayoría de congresales, busco consensuar listas únicas bajo su conducción. Fernández Sagasti, ausente físicamente pero presente políticamente, advierte contra cualquier intento de manipular el reparto de candidaturas. El ciurquismo quiere preservar la autonomía municipal para desdoblar comicios, mientras que la CGT exige el histórico tercio de representación partidaria sin lograr romper la muralla institucional del PJ mendocino.
Todos los sectores dicen querer la unidad, ninguno parece dispuesto a ceder lo suficiente para construirla. En este contexto, sobrevuela el fantasma de una ruptura formal, con La Cámpora y sus aliados fuera del PJ y un aparato tradicional aferrado a una lógica conservadora. Otra vez, las reglas de juego se discuten más que el contenido del proyecto político.
También realizaron congresos partidarios el PRO de Mauricio Macri y la izquierda, aunque en ambos casos no trascendieron públicamente sus resoluciones.
La amenaza de la unidad con Milei o el choque inevitable
En Mendoza la posible alianza entre la Libertad Avanza y Cornejo para los comicios legislativos genera cortocircuitos internos y, al mismo tiempo, un dilema de fondo: ¿el radicalismo se convertirá en socio funcional de un proyecto que desprecia la tradición republicana y provincialista de la UCR?
Petri, como ministro de Milei y dirigente radical, representa ese oxímoron: una figura que combina la tradición partidaria con la lealtad institucional a un gobierno que sistemáticamente ataca al radicalismo. Esta tensión, por ahora no resuelta, puede derivar tanto en una síntesis como en un conflicto abierto. El desenlace es incierto, pero cada día que pasa sin definiciones estratégicas aumenta el riesgo de un estallido electoral.
El resto del mapa opositor: entre la crítica y la oportunidad
En este escenario algunos actores políticos ensayan una alternativa, aunque todavía con un alcance limitado. El Partido Verde de Mario Vadillo, la Unidad Popular de Jorge Difonso y la Izquierda (FIT) apuestan a emerger como alternativas válidas, aunque con objetivos diferentes.
Vadillo, con su prédica en el control del poder político y corporativo, ha logrado conectar con sectores que rechazan tanto a la “casta” tradicional como al extremismo libertario. Su apuesta central es a transformar la autoridad y ascendencia como defensor ciudadano en un apoyo electoral abierto..
Difonso insiste en una agenda de autonomía local, producción y cuidado del agua, es quien a aparecido con mayor cantidad de iniciativas para atender a sectores puntuales como los productores. Si bien viene creciendo, aún falta bastante su mayor desafío es seducir al electorado urbano del gran Mendoza.
El Frente de Izquierda, por su parte, mantiene su coherencia política y su presencia en conflictos sociales, Su principal apuesta el regresar a la legislatura provincial. Desde que Noelia Barbeito se retiró del escenario público, no ha logrado hacer pie, tal vez insistir con la candidatura de una mujer y volver a recorrer los lugares de trabajo y barrios, hablándole directamente a la gente, le de el empuje que necesita.
Apatía.
El denominador común del borrador de mapa electoral es la desconexión creciente entre la dirigencia política y la ciudadanía. Mientras los dirigentes se miden el poder entre pasillos, las preocupaciones sociales pasan por problemas concretos y urgentes: el ingreso, el empleo, la vivienda, la salud pública, el transporte o la educación.
Alguien podría preguntarse si se hablan entre sí por que no pueden dirigirse en forma directa a la población. Pues finalmente algo se tiene que decir.
En lugar de interpelar a la sociedad con ideas, diagnósticos y proyectos, los partidos parecen más preocupados por sus equilibrios internos y sus pactos de supervivencia. Esta lógica limita la posibilidad de recomposición electoral de las fuerzas tradicionales y deja el terreno fértil para outsiders o la apatía social generalizada.